miércoles, 3 de diciembre de 2008
El hammam
Tengo un par de clientes que viajan a menudo. Aprovechan la ocasión para conocer técnicas de masaje y dejarse sorprender por otras formas de trato, lugares, aromas, es como ya comenté en "La perla de Shanghai" la única forma de conocer realmente que son los masajes que se comercializan aquí como tales y que a veces no son más que una mala imitación o incluso un fraude (he conocido ya a tantos tántricos, otro día hablaré de ello). Recibo inmejorables críticas por su parte, creo que es mi satisfacción mayor.
Con uno de estos clientes hablé sobre el masaje balinés y sobre el marroquí. Esto último me ha terminado por frustrar, puesto que por mucho que lo aprenda, se necesita un estudio muy por encima de mi pequeño rincón con su tatami.
Baño de vapor, para poder cepillar bien al cliente, una baldosa de mármol caliente, una zona más fresca para el descanso....me encantaría.
El masaje en sí, por lo que conozco, es bastante agresivo, requiere mucha fuerza y muy buen conocimiento técnico, si bien los mejores no son ni fisios ni osteópatas, sino marroquíes entrenados desde su infancia para hacerlo. Es normal, la seguridad de los movimientos no permite "hacer prácticas" mientras se está aprendiendo.
Para más dificultad, se añaden barros y arcillas en otro tipo de masaje.
Mi cliente me dijo que era un masaje con mucha sensibilidad, obviamente no se refería al típico del hammam, tendré que preguntarle.
Leyendo sobre el tema me ha recordado a un masaje que recibí el año pasado en Budapest, en los baños Király. Una vez más me encontraba en uno de los lugares más auténticos. Construídos en 1565 por los turcos, casi en estado original y con una higiene casi inexistente. Los días para hombres, a partir de las 17, se llena de homosexuales que en algunas ocasiones practican sexo en el agua sulfurosa de la piscina o cubetas.
Con este escenario me dispuse a sobrepasar la sala de descanso y entregar el ticket comprado a la entrada que me daba derecho a darme el masaje.
El lugar parecía una clínica de campaña de la segunda guerra mundial. Me metieron en una especie de "box" y me dieron un masaje corto pero intenso. El masajista un ogro sin un sólo rasgo eslavo, una especie de Alfredo Landa triplicado en tamaño, nada que ver con mi "Perla de Shanghai" de ayer.
Hizo su masaje y me dejó como un trapo, así que volví a las aguas sulfurosas.
Analicé su técnica, la fuerza, el porqué y dónde daba el masaje, aprendí alguna cosa que creo que es similar en el masaje marroquí.
El "final feliz" fue sulfuroso, y no precisamente con alguien autóctono, salí tarde de los baños gritando: ¡Vive la France!
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